Han pasado 15 meses, y los ojos de Gualberto -su padre- siguen cargados de lágrimas, que están listas para salir cuando comienza a hablar de Daniel. El hombre dialoga abiertamente sobre todo lo material que perdió, sobre lo difícil de estar en una tierra que no es la propia y sobre su familia en Tartagal, pero sus ojos se llenan de lágrimas cuando recuerda a su hijo y el dolor comienza a apagar su charla.

“Me quede sin trabajo, y de la casa se hacen cargo mis hijas que están en Tartagal” cuenta el hombre, quien además habla de su tierra, del clima y recalca que en valle medio las noches son frías.  Cuando comienza a recordar a Daniel, el dolor lo invade, se sienta en una silla en el acampe, sus ojos se enrojecen producto de las lágrimas que intentan salir, y su rostro, marcado por el sol del norte, cambia de expresión, las palabras bajan y su mirada se pierde en el horizonte, mientras la charla la prosigue una de sus sobrinas, quien hace meses que están en el acampe. “Lo más difícil es no saber donde está” indica la joven, que desde que se instaló el acampe, solo lo abandona para ir a la iglesia en ocasiones.

Además la joven indica que confían en la justicia, en el trabajo de los abogados de la familia y expresa que la fortaleza para iniciar cada día la tienen por que confían en la justicia divina.

Daniel, había llegado a la región como trabajador golondrina, el cinco de noviembre del año 2011 fue la última vez que se lo vio con vida, cuando era retirado por la policía de un local bailable de la localidad de Choele Choel. Desde ese momento la familia ha iniciado un arduo trajinar en busca de respuesta sobre lo ocurrido aquella madrugada para comenzar a sosegar el dolor.

Saber la verdad de lo ocurrido aquella madrugada, también servirá para que la herida latente que tiene el valle medio, deje de crecer. La verdad sobre este hecho y sobre los que se desprendieron del caso, son la única salida para una sociedad que no puede encontrar la unidad.

FUENTE: Hoy Valle Medio