La otra sequia

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¿Cómo –me pregunto- el cronista, el poeta, el periodista,  debe hacer para transmitir el infortunio del poblador rural de Río Negro? ¿De dónde sacar las palabras para reflejar la situación por la que atraviesan los hombres de campo? ¿Cómo se puede hacer para conmover el corazón de los políticos y de los técnicos?

Los productores de la zona están cansados. Han comenzado a bajar los brazos. De majadas de tres mil ovejas hoy con mucha suerte quedan doscientas. Unas pocas chivas, algunos yeguarizos y donde se puede vacas. Pero no hay agua: las aguadas están secas, en las lagunas los torbellinos de tierra levantan nubes de polvo. Da lástima tanto penar. Las osamentas de los animales van jalonando los campos con una impotencia que parece a nadie le importa.

Van para diez años de sequía y hace cuatro meses que no cae una sola gota de agua. Las plagas se enseñorean diezmando aún más los pocos animales que quedan. Y los camiones aguateros desfilan por los polvorientos caminos para tratar de salvar algo. Ese algo que es la subsistencia de una familia, la escuela de los chicos, las expectativas de una vida mejor.

¿Cómo explicarle a ese poblador que no se debe abandonar los campos? ¿Cómo decirle que hay que esperar tiempos mejores? ¿Cómo hacerle entender que se seguirán haciendo estudios para buscar agua?  ¿Quién atiende sus reclamos? ¿Cómo decirles que para hacer un viaje al pueblo en combustible tienen que gastar el trabajo de dos meses? ¿Quién les explica de cepos cambiarios, del precio del dólar blue o  de devaluaciones a quién tiene los bolsillos vacíos?

A veces pareciera que la sequía que más duele es la otra. Esa que se enquista en los despachos de los  ministerios y de las secretarías. La que ha secado los sentimientos del corazón de los hombres y mujeres, la que rige con la indiferencia, la postergación y el olvido. La que campea en los expedientes y en el rigor impositivo de los recaudadores. La que hace política barata con los subsidios, la que se instala cada cuatro años en las boletas electorales, la que viaja con las comitivas y exalta las promesas desmerecidas de siempre, la que vive en forma permanente llenando planillas y haciendo medulosos estudios que siempre terminan en nada.

La esperanza del poblador rural está tan deteriorada como los caminos vecinales, donde una máquina no pasa ni por casualidad.

Nadie puede venir a poner la oreja a los pobladores de la Línea Sur porque de eso ya están cansados. Cambian los nombres y recurrentemente vienen con buenos viáticos y mejor pitanza a escuchar lo que ya saben de memoria. Aparte, señores, de tomar contacto con la realidad, de analizar la problemática, de implementar programas que nunca han dado resultados, ya están todos hartos, pero como al hombre de campo le sobra prudencia escuchan las letanías y no dicen nada. Porque a las palabras en estas regiones perdidas de la mano de Dios se las lleva el viento.

¿Cómo afrontarán las clases los niños de la meseta? ¿Habrá precios cuidados para tanto abandono? ¿Importaran algo o serán un número más del ajuste educativo que cierra cargos y escuelas? ¿Cuándo entenderán, muchachos, que el problema  no es una cuestión numérica o de matrícula sino de atender con cierta equidad y justicia a todos los ciudadanos por igual? ¿Adónde enviar a esos niños, aunque sean pocos? ¿Qué residencias escolares recibirán tanta inequidad, tanto oprobio?

Saber estas cosas y no decirlas a veces es traición a la patria. Es mirar para otro lado y saberlas y no hacer nada es pecado de omisión, el más terrible de todos. Y ¡hay de aquellos que tienen responsabilidades y por no comprometerse asienten y callan!

Pero deberán recodar los rostros de los hombres y mujeres del interior rionegrino porque los interpelaran para siempre, tal vez no les quiten el sueño ni les mermen sus abultados sueldos,

pero tendrán una dignidad difícil de encontrar, que ellos no conocen ni por asomo.

Hablan de compromiso político pero se olvidan que el mayor compromiso es con el prójimo, con la vida, con los valores y con la inocencia de la gente.

No es el tiempo para los tibios y para los timoratos. El toro hay que agarrarlo por las astas. Hoy y ahora es el tiempo. Y con decisiones, porque se sabe: mejor que decir es hacer y mejor que prometer es realizar. Así, tan simple. Sin conferencias de prensa, sin bombos ni platillos.

Lo de la sequía es lo de menos. Puede seguir sin llover. Pero lo que es realmente importante es tener funcionarios sensibles y ejecutivos, compatriotas solidarios, periodistas valientes que hablen de estas cosas, un pueblo fraterno y así la historia se podría escribir de otra manera.

Jorge Castañeda

Valcheta (RN)

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