Se esperaba que la
mañana del domingo 13 de abril de 1986 fuera tranquila en la quinta de Olivos.
El presidente Raúl Alfonsín, como todos los fines de semana, desayunaría
leyendo los diarios. Luego se abrigaría y recorrería los jardines conversando
con alguno de sus ministros. El frío no era problema; para eso estaba el poncho
tejido marrón que ponía sobre sus hombros.
Esas caminatas siempre
eran fructíferas. De ellas surgían soluciones e ideas. Pero nada de eso fue
posible.
Apenas tomó la pila
de diarios y los fue desplegando para ver sus títulos principales, un ramalazo
de indignación recorrió al presidente. No podía entender cómo uno de sus
mayores planes había llegado a los diarios. Precisamente al título principal y
a las tres primeras páginas de Clarín. El título era sobrio. No necesitó de
adjetivos ni grandilocuencias para provocar una tormenta política y un domingo
frenético para los funcionarios radicales.
"Analizan el
traslado de la Capital a Río Negro", decía. El secreto había sido
develado.
Por las siguientes 48
horas nadie durmió. La filtración hizo adelantar los planes.
Hacía meses que en el
gobierno estaban trabajando en el plan. Lo habían bautizado Proyecto Patagonia
y era mucho más amplio que el traslado de la capital a Viedma. Entre otras
cosas proponía la provincialización del territorio nacional de Tierra del Fuego,
un plan de radicación de empresas en la zona patagónica con ventajas
impositivas, la conversión de la entonces Capital Federal en provincia con el
anexamiento de buena parte del Conurbano bonaerense (se llamaría Provincia del
Río de la Plata) y también incluía lo que quedó algo velado en el recuerdo: una
reforma constitucional.
Esa reforma
habilitaría la reelección del presidente, vedada en la Constitución que estaba
en vigencia, y propulsaría un sistema parlamentarista como el que Alfonsín
procuró negociar en el Pacto de Olivos, aunque haya quedado diluido en la
Reforma del 94. Esta enumeración demuestra que pocos años después el resto de
los principales postulados del Plan Patagonia se cumplieron aunque no durante
el gobierno de Alfonsín. Y los que dejaron de cumplirse, el traslado de la
Capital y el desmembramiento de la Provincia de Buenos Aires, eran las medidas
verdaderamente revolucionarias, las que tenían legítima fuerza transformadora.
Al día siguiente del
titular del diario se empezó a conocer más del plan mientras los funcionarios
se reunían en continuado, los llamados telefónicos se cruzaban trabajosamente
por el pésimo estado de las líneas y los técnicos trabajaban con denuedo para
tener listo todo el bagaje normativo preparado.
La nueva capital
estaría en Viedma, en Guardia Mitre y en Carmen de Patagones. Es decir ocuparía
territorio de las Provincias de Buenos Aires y de Río Negro.
Por ello el 15 de
abril, Alfonsín se dirigió a La Plata para enfrentar a la legislatura
provincial y hacer ingresar el proyecto. Lo acompañó el gobernador Alejandro
Armendariz, quien días después presionado por la oposición peronista tuvo que
salir a defender parte del territorio provincial y asegurar que no iban a ceder
todo el Conurbano.
A la noche, en un
discurso leído de media hora de duración y ante el Consejo para la
Consolidación de la Democracia, Alfonsín lanzó por Cadena Nacional el Plan para
una Segunda República Argentina -el nombre indica lo elevadas que eran las
expectativas-. Junto a él, en una larga mesa, los miembros del Consejo
escuchaban con atención al presidente, sentado en la cabecera.
La elección de estos
oyentes calificados no fue casual. Era una forma de legitimar la iniciativa.
Dirigentes de todo el arco político, juristas de renombre, María Elena Walsh y
René Favaloro eran algunos de sus miembros.
Esa noche con lectura
pausada, Alfonsín dio a conocer a la población la magnitud del plan. De todas
las medidas anunciadas, la que impactaba más era la de la mudanza al Sur.
Al día siguiente, el
16 de abril Alfonsín viajó a Viedma. Fue recibido por el gobernador radical de
la Río Negro Osvaldo Álvarez Guerrero, los ministros y los legisladores
provinciales en los jardines del Ministerio de Economía. En un acto formal, el
presidente entregó el anteproyecto y luego se dirigió al balcón para hablarle a
la multitud que se había reunido. Los medios calcularon que había más de 15 mil
personas.
Ese de 1986 era un
Alfonsín en la cumbre de su capacidad oratoria. Más allá de la solvencia que se
reconoce a cada una de sus intervenciones públicas, al de esa época le sobraba
algo que le falta a los demás. Poder de convicción. Estaba convencido y convencía.
Era un Alfonsín ecuménico, que no hablaba sólo para los suyos. Eso ya había
pasado durante la campaña electoral, con su rezo laico, el recitado del
preámbulo de la Constitución que sedujo a las masas.
Alfonsín era un
extraordinario orador: templado, articulado, enérgico, que sabía redondear las
frases, con carisma, manejando con maestría la tensión dramática: un
funambulista de la palabra. Ese, el del balcón de Viedma, fue un discurso
sereno, poco enfático, que no buscó enardecer a la multitud, que esquivó las
subrayados demagógicos, pero pedagógico y esclarecedor.
Pidió no quedar preso
de luchas partidarias, anteponer el bien nacional a los intereses coyunturales.
Estaba pidiendo que la oposición y su mayoría en el Senado no trabaran esta
idea. Después expuso las principales motivaciones del proyecto. Por un lado
propulsar el federalismo y por el otro activar el territorio patagónico.
Y también repitió ese
hermosa frase que ya había formulado para impulsar la idea: "Hay que
crecer hacia el sur, hacia el mar, hacia el frío".
El del traslado de la
capital a VIedma fue el intento de Alfonsín para terminar con el centralismo,
con la dependencia del país de Buenos Aires. Fue una propuesta realmente
federal. Buscaba sacar del centro a la Capital y a Buenos Aires, para conseguir
modelar un país más equilibrado, más centrado.
Además de la
desburocratización y la descentralización, el proyecto impulsaba una zona poco
explotada del país como la Patagonia. Tendría un importante efecto demográfico,
económico y político. El poder político se alejaría de la zona en la que
reinaba el poder político.
En medio de los
anuncios, una de las preocupaciones del círculo cercano al presidente era
determinar cómo se había filtrado la noticia. Omar Livigni, el corresponsal del
diario en la Patagonia se enteró de la noticia a principios de abril. Alfonsín
había viajado en secreto a Río Negro en varias ocasiones, alojándose en la casa
del gobernador Álvarez Guerrero. La fuente de Livigni fue un funcionario
rionegrino al que le gustaba el alcohol.
Las encuestas previas
no demostraban demasiado interés en la población por el tema. Sin embargo una
vez anunciada, la medida recogió amplia consenso. El gobierno hizo ingresar el
anteproyecto de ley por el Senado. Ahí obtuvo aprobación. En diputados la
victoria fue aplastante. La oposición se mostró cautelosa. Álvaro Alsogaray fue
un férreo opositor por entender que toda la operación era demasiado costosa.
Los principales referentes peronistas con Antonio Cafiero a la cabeza sólo
opinaron que tal vez no era el momento más adecuado para encarar semejante
cambio aunque debieron reconocer que era necesario.
Miles de trabajadores
se trasladaron a Viedma. Allí, supusieron, habría trabajo. Y quienes llegaran
primero tendrían más posibilidades. Algunos inversionistas se apresuraron a
comprar terrenos que en un tiempo, estaban seguros, valdrían diez veces más.
Viedma se había convertido en la Meca.
El Papa Juan Pablo II
visitó la ciudad en lo que se entendió como una bendición a la futura capital;
mandatarios internacionales como José Sarney también viajaron hacia allí.
Rápidamente el
gobierno impulsó la creación del Ente para la Construcción de la Nueva Capital
(ENTECAP). El Ente diseñó planos y maquetas. Hubo estudios económicos, de
impacto ecológico, demográficos y energéticos. Imaginó obras hidráulicas,
edificios públicos, barrios enteros, hospitales, puentes, colegios,
universidades y embajadas, todo bordeando el curso del Río Negro.
Una nueva ciudad
soñada, para ser el centro de un nuevo país. La Brasilia argentina. Se estimó
un costo de 2.300 millones de dólares. El plazo para la mudanza y para la
concreción de las obras era de doce años. El nuevo siglo encontraría al país
con su nueva capital.
Demasiado tiempo para
un país inestable sin objetivos de mediano y largo plazo. En el que la
inmediatez todo se lo devora. En una entrevista que se público póstumamente
Alfonsín reconoció como el gran error de su gestión no haber concretado la
mudanza a Viedma. Que ese hubiera sido el gesto definitivo para transformar el
país.
Hábil declarante,
eligió una frase contundente para expresarlo: "Me tendría que haber mudado
aunque sea en carpa a Viedma. Eso hubiera cambiado todo".
El Plan Austral se
resquebrajaba, las elecciones legislativas del 87 fueron un Waterloo para los
radicales, los levantamientos militares se daban a repetición y a los
empresarios no les pareció una gran idea la mudanza. Fernando González en su
libro Crónicas de un país adolescente cuenta una charla del intendente de
Viedma, Juan Cabalieri, con Amalita Fortabat en la que la empresaria le dice
que ella no cree que el plan se termine concretando pero que, en caso de que
así fuera, ella estaba dispuesta a aportar el cemento.
El ENTECAP siguió con
sus estudios y planos. El trabajo era serio y detallado. Aunque también soportó
denuncia de dispendios por el alquiler de sus oficinas o por la cantidad de
personal contratado; vistos a la distancia ninguno de los gastos pareció ser
excesivo teniendo en cuenta que se estaba diseñando una nueva ciudad.
Pero la inflación
arrasó con las esperanzas. La situación económica y el colapso del país
postergaron toda posibilidad de cambio. Luego la hiperinflación, las elecciones
del 89 y la salida apresurada del poder de Alfonsín.
Carlos Menem nombró
un nuevo funcionario a cargo del ENTECAP. Pero la ilusión de continuidad duró
sólo un trimestre. En noviembre el Ente fue disuelto y la ilusión del cambio
archivada. Sin embargo, la ley de traslado de la Capital siguió vigente durante
muchísimos años y cada tanto alguien la desempolvó. En 2007, el diputado Héctor
Recalde solicitó su derogación.
Casi tres décadas
después de su anuncio, el 21 de mayo de 2014 quedó formalmente derogada con la
sanción del Digesto Jurídico Argentino en el cual no estaba incluida. La
derogación hizo honor a su historia; la ley fue dejada de lado por omisión,
sólo por ser excluida del Digesto, sin una declaración formal. No se sabe si
los legisladores olvidaron su existencia, si creyeron que ya estaba derogada o
decidieron que su silencio era una declaración de principios, el final que el
proyecto merecía.
El traslado de la
capital a Viedma es uno más de nuestros fracasos recientes. Pero es uno sobre
los que menos se ha reflexionado. Ha quedado en el olvido con velocidad. Fue,
tal vez, el último gran proyecto nacional.
Su historia demuestra
que el intento fue mucho más que una declaración oportunista, que tuvo mayores
visos de realidad de lo que nuestro recuerdo permite recrear. Fue un desengaño,
un fracaso del que todavía no se ha contado la historia definitiva.Es, también,
la gran ucronía de nuestro pasado reciente. ¿Qué hubiera pasado si la capital
se trasladaba a Viedma? Una pregunta cuya respuesta inquieta.

12 diciembre 2025
Viedma