13 junio 2025
Opinion
Por Andrés Alvarenga*
Hay palabras que resuenan con más fuerza en estos tiempos. Una de ellas es distopía. No es una ficción literaria ni una serie de Netflix: es la realidad que nos atraviesa cada día bajo este gobierno nacional. Un régimen que no necesita tanques ni uniformes para sembrar el miedo, pero que sí necesita de la represión para sostenerse, del disciplinamiento a través del ajuste, y de un relato violento que legitima cada recorte y cada exclusión. A esto se suma el uso estratégico del poder judicial, convertido en partido judicial, como una herramienta más de persecución y blindaje político. Se gobierna con discursos de odio, decisiones autoritarias y una sistemática demolición del entramado democrático y social que nos costó décadas construir.
La distopía argentina de hoy no se anuncia con grandes catástrofes, sino con la normalización de lo intolerable. Se naturaliza la desigualdad mientras se destruyen políticas públicas fundamentales. Se aplaude la crueldad como si fuera valentía. Se desprecia la diversidad como si fuera una amenaza. Y se gestiona con cinismo, odio y desprecio por el otro.
El presidente no gobierna: castiga. Ataca colectivos enteros, desmantela organismos como el INADI, desfinancia programas esenciales, deserta de su rol de garante de derechos. La educación, la salud, la ciencia, la cultura, los trabajadores, las provincias: todos son enemigos para una administración que parece haber tomado la lógica del exterminio como política de Estado. En ese marco, no sorprende que algunas provincias hayan sido brutalmente perjudicadas en el reparto de fondos, como es el caso de Río Negro, que recibió los niveles más bajos de transferencias en lo que va del año, en un claro reflejo del uso discrecional del presupuesto como castigo.
¿Qué hay más distópico que un presidente que abiertamente expresa homofobia, misoginia y odio hacia los movimientos sociales? ¿Qué sociedad estamos construyendo cuando quienes deben proteger los derechos son quienes los vulneran? ¿Qué democracia es posible si se clausura el debate, se gobierna por decreto y se persigue toda disidencia?
En este paisaje sombrío, los derechos LGBTIQ+ no solo son ignorados, son atacados con saña. Cuando el gobierno niega nuestra existencia o se burla de nuestra lucha, no se trata de una opinión: es violencia institucional.
La distopía se vuelve palpable en cada recorte, en cada despedido, en cada familia que ya no puede llenar la olla, en cada joven que siente que este país ya no tiene lugar para él, para ella, para elles. El brutal ajuste no es solo económico: es también moral, social, humano. Se castiga la empatía y se premia la indiferencia. Se desprecia la sensibilidad, como si fuese debilidad.
Los discursos que alimentan el odio, la xenofobia, el machismo y el elitismo ya no son marginales: son política oficial. Y esa es la señal más clara de que estamos frente a una distopía real. No es ciencia ficción. Es hoy. Es acá.
Pero esta realidad distópica no es inevitable ni irreversible. Las sociedades también resisten. Y organizadas, pueden revertir incluso los escenarios más oscuros. Hoy más que nunca, la salida es colectiva. Porque frente a la distopía del odio, respondemos con la esperanza activa de construir otra Argentina: una donde se respete, se incluya y se celebre la diversidad.
*Pte. Partido Igualdad Rio Negro
19 julio 2025
Opinion