Llegó a Argentina hace más de 50, cuando su país, Corea del
Sur, todavía mantenía abierta la herida provocada por la guerra que durante 5
años la dividió en dos. Unos meses después de que los comandos norcoreanos
quisieron matar al presidente del sur. La convulsión estaba a flor de piel.
Fue en noviembre de ese año que Yang Seop Song se tomó un
barco que lo llevó a Las Palmas, España. Eran tiempos difíciles en su Corea
natal, tanto que se fue en busca de mejores horizontes para poder mantener a lo
lejos a su esposa y sus tres hijos, que se quedaron en el pueblo de Jeollanam-do.
Aquel abrazo de despedida no volvió a repetirse y, desde Viedma, la ciudad donde
vive desde hace 50 años, no pierde las esperanzas de cristalizarlo una vez más. Aún cuando ha pasado toda una vida.
Song es un hombre muy conocido en Viedma. Los de acá lo
llaman en realidad con una deformación fonética: “Yon”, y es conocido porque se
ha ganado la vida por estos lugares en el oficio de la reparación de aparatos
electrónicos.
Hasta que aparecieron los televisores inteligentes y
teníamos aquellos que duraban mucho tiempo y no había tantos especialistas que supieran de la
materia, la fija era llevarle el televisor o el radiograbador a “Yon”, que
seguro lo arreglaba y tiraba un tiempo más.
Yon incursionó, no obstante, en diferentes trabajos,
llegó a Viedma en los primeros años de la década del 70 y probablemente ostente
un récord o esté cerca de ello: estuvo indocumentado desde que entró al país
hasta hace unos días, cuando desde la delegación local de Migraciones lograron
terminar su trámite de ciudadanía.
Apenas le entregaron su DNI argentino a Yon, la primera
expresión que le surgió en ese momento fue “ahora voy a poder ir a ver a mi
familia”, la que siempre estuvo en su corazón, pero a la que por su condición
de irregular, indocumentado, ilegal, no podía siquiera hacer un llamado a Corea
por temor a que lo interceptaran y lo deportaran.
Pero Yon se parecía a aquel personaje de Tom Hanks en el
aeropuerto, cuyo país después de un golpe de Estado se había dividido y lo
había convertido en un hombre sin país. Yon era también un indocumentado en
Corea del Sur porque sus documentos se extraviaron allá.
Es un agradecido de la Argentina fundamentalmente por las
amistades que a lo largo de cinco décadas pudo cosechar. Son esos amigos los
que en un momento buscaron regularizar su situación, porque muchas veces lo
vieron sufrir, la tristeza le iba ganando a Yon al ritmo del paso de los años.
Sus recuerdos de aquella Corea –que sin dudas ya no es la misma- se fueron
borrando. Pero a los 84 años Yon volvió a recuperar sus esperanzas: un trámite
iniciado hace un tiempo terminó con éxito. Dicen sus amigos que mucho tuvo que
ver en eso el delegado local de Migraciones, Federico Díaz, que agilizó las gestiones para que este vecino, por supuesto, un viedmense más, tuviera su DNI
como corresponde.
Hace poco tiempo, Díaz y otras personas que pertenecen a
Migraciones fueron a la casa de Yon, en la calle Brown donde solía haber un
viejo televisor en la vereda, y le entregaron su documento. El dueño de casa
estaba muy emocionado, pero sus amigos lo estaban mucho más, solo ellos saben
lo que sufrió su amigo. “No era dueño de comprarse nada porque estaba
indocumentado y tenía miedo”, comentan.
“Con mucha emoción se lo saludó a Yon, estos saludos
fueron a puño cerrado y lo felicitamos por tener una identidad como cualquier
ciudadano que pisa el suelo argentino”, dijeron vecinos amigos de Yon en una
carta entregada a LA PALABRA.
Dicen que a Yon su familia en Corea, instalada en Seúl,
lo quiere y lo extraña tal como él a ella desde esta partecita del sur del mundo,
donde la calidez de sus amigos lo ha mantenido con esperanza después de toda
una vida.

26 diciembre 2025
Viedma