Villa miseria es la adaptación argentina de un fenómeno que encuentra forma en distintas regiones del globo. Son barriadas de infraviviendas que rodean grandes metrópolis, creciendo mientras haya espacio para hacerlo. Y el despertar del turismo mediando sus pasillos ceñidos por el hacinamiento trae consigo el interés por inyectarse en los espejos suburbanos. Desde 2005, el "Tour Experience" argentino sostiene un recorrido por la villa 20, en Lugano, guiado por operadores que concretan la experiencia de comer en una fonda de chapa y desandar las calles que ya coparon los perros sin dueño. Sin distar, las excursiones a la Rocinha, la favela más grande de Brasil, en general se realizan durante la noche acompañadas por guardias de seguridad.

Soweto es el antiguo gueto negro de Johannesburgo devenido en atracción turística. Para una de las zonas más pobres de la ciudad, la visita se hace en bicicleta trazando un paseo por la casa museo de Mandela, para luego rozarse con los caseríos y tabernas ilegales. Pero en Sudáfrica la mayor excentricidad viene en manos del Hotel Emoya Luxury & Spa. Fingiendo ser otra villa miseria, en Bloemfontein se encontró el modo de recrearlas, construyendo chozas en chapas de hierro corrugado (aunque con calefacción de loza radiante y acceso internet) para que los turistas puedan experimentar la pobreza dentro del ambiente seguro de un coto de caza privado.

El tour de las villas puede ilustrarse como el reality show de la miseria, si bien considerar al turismo como hecho social aporta mejores perspectivas; el acercar realidades no suena falto de ética. La posibilidad de simbiosis es llevada al terreno económico, con ventajas prósperas para los menos pudientes. El traspaso de moneda ocurre, y desde allí que pierde peso la idea de trato vejatorio hacia todo un estrato poblacional. Como la curiosidad que despiertan las avenidas y barrios parque mejor edificados de Nueva York, en la intromisión hacia lujo y la precariedad habitacional el móvil coincide.

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